Black Butter
Mi trabajo nace de una necesidad de poner forma al pensamiento, a la emoción y al cuerpo cuando las palabras no alcanzan. Pinto, esculpo, a veces escribo sin saber lo que escribo. Cada obra es una forma de atravesar y registrar un proceso interior. Crecí en una familia numerosa.
Mi padre es ciego y la religión estuvo siempre presente en casa. Esa combinación me marcó profundamente. Desde pequeño aprendí a leer los gestos, a escuchar lo invisible, a buscar en lo simbólico una vía para entender el mundo.
De ahí viene mi obsesión por los signos, por los códigos no racionales, por las escrituras automáticas que aparecen en mis obras como fragmentos de una lengua privada que se construye desde el subconsciente.
El negro ha sido siempre mi punto de partida. No como ausencia, sino como espacio de transformación. Las primeras obras eran casi litúrgicas: pintura abstracta, matérica, gestual. Después llegaron los monstruos, figuras que brotaban del conflicto interno, de lo que no podía nombrar pero pedía cuerpo.
En las últimas series, esas formas se han hecho más densas, más físicas. La pintura se eleva, se endurece, se convierte en piel o corteza. No hay una línea clara entre pintura y escultura. Todo se mezcla, todo responde al mismo impulso: dejar un rastro de lo vivido. Trabajo en soledad, como en una cueva.
El estudio es mi lugar de ritual. Allí pienso con el cuerpo, con la mano, con el error. A veces las obras se destruyen antes de terminarse, o se rehacen por completo. No me interesa representar nada.
Me interesa que algo ocurra. Las obras no explican: activan. Generan una presencia que se impone por su materialidad, su gesto, su intensidad. Lo que hago no busca ser comprendido de forma lineal.
Es un lenguaje que se construye desde el cuerpo y la memoria. Desde la lucha, el rechazo, la aceptación. Desde una espiritualidad que no he heredado, sino que he tenido que inventar.
Black Butter no es una máscara. Es la forma que encontré para dar cuerpo a lo invisible.
No pinto para todos, pinto para quienes sienten
Mi trabajo no es para colgarlo y olvidarlo. Es para mirarlo dos veces, discutirlo, sentirlo, incluso rechazarlo. El arte debe provocar algo o no sirve. Estos son los valores que me guían cada vez que empiezo un trazo.
Autenticidad
Compromiso
Inconformismo
No vendo arte, creo conexión
No soy el pintor de moda, pero puede que sí el que necesitas si buscas algo diferente. Mi arte no es neutro ni decorativo. Es personal, valiente y directo. Si quieres una pieza que diga algo, aquí estoy. Porque pintar es más que cubrir una pared, es construir un diálogo.
No hago copias
Si estás buscando algo “como lo de aquel artista”, no soy tu persona. Lo que creo nace de cero cada vez. No copio estilos, no repito fórmulas, no reutilizo colores porque quedaron bien antes. Tu obra no será un clon con otro nombre: será una pieza irrepetible que no se parece a ninguna otra. Cada pincelada está pensada para ti y solo para ti.
Lo entrego con alma
No entrego trabajos por salir del paso. Pinto hasta que la obra respira, hasta que me mira y me dice que ya está viva. Cada detalle lo reviso con el mismo cuidado con el que tú eliges colgar algo en tu casa o en tu local. Si no vibra, no sale del estudio. Si no emociona, no está lista. Y créeme, cuando lo está, lo sabes al primer vistazo.